La autora habla con LA CAPITAL sobre “Fantasticland”, una novela basada en su experiencia personal con tratamientos de fertilidad y también sobre la ambivalencia de la maternidad. Una narración descarnada sobre los bemoles de ser madre después de los 40.
Por Rocío Ibarlucía
La reciente publicación de “Fantasticland” (Sudamericana) de la editora, periodista y escritora Ana Wajszczuk propone hablar sobre dos temas no tan explorados en la ficción: por un lado, las técnicas de reproducción asistida y, por otro, la ambivalencia propia de la maternidad. Desde una mirada íntima y descarnada, el libro muestra las hilachas de la experiencia de ser madre después de los 40, muchas veces romantizada por los discursos sociales y mediáticos.
La narradora en primera persona, motivada por el deseo que se vuelve obsesión, cuenta dos momentos de su vida: el antes y el después. En la primera parte, describe con crudeza y en ocasiones humor tragicómico los procesos atravesados durante cinco años para quedar embarazada mediante tratamientos de fertilización in vitro. Las tensiones entre el deseo, los mandatos sociales, los límites de la biología, la ética y la ley, sumado a las hostilidades del negocio de la fertilidad y la compra-venta de óvulos y espermas, forman parte de las reflexiones a las que se enfrenta la protagonista para concretar su embarazo.
“No soy más feliz desde que está en este mundo, pero no puedo armar ninguna imagen feliz sin ella” es una de las frases de la narradora del después, cuando, ya madre, se atreve a contar las complejidades del puerperio y las incesantes tareas de crianza, que pueden tocar nervios que conectan con la locura.
Formada en Comunicación Social, Wajszczuk viene de escribir “Chicos de Varsovia” (2017), una crónica sobre la historia de su familia paterna y su relación con el levantamiento de Varsovia contra el ejército nazi. Esta investigación fue premiada por el Estado de Polonia, adaptada al teatro y elegida como uno de los 20 libros latinoamericanos del año por el diario El País de España. Ahora, con “Fantasticland” se desplaza a la ficción o, en sus palabras, “a una suerte de novela de no ficción, porque está basada en cosas que me pasaron a mí pero no necesariamente todo lo que se narra ahí me pasó, sino que hay mucho de ficción”.
Surgida de textos escritos a lo largo de muchos años y en diversos talleres de escritura, como los de -nada más y nada menos- Leila Guerriero y Juan Forn, quien además fue el editor de “Fantasticland” hasta su muerte en 2021, la novela empieza a tomar forma en un espacio virtual coordinado por Bárbara Duhau y Natalia Romero, quienes en pandemia propusieron leer y escribir textos sobre la maternidad. El título del taller fue “El silencio de las madres”, frase tomada de la escritora española Laura Freixas con la cual denuncia que la maternidad ha sido uno de los grandes temas silenciados en la literatura, por no tener siquiera rango para ser tema, relegado históricamente al ámbito doméstico de las mujeres.
Wajszczuk, entonces, escribe esta novela motivada por su propia experiencia de ser madre a los 40 y para llenar ese vacío en la ficción. “Me parecía que había muy poco escrito sobre el tema desde la ficción. Creo que ese silencio que de a poco empieza a abrir relatos fue lo que me llevó a escribir este libro”, cuenta la autora en entrevista con LA CAPITAL.
-¿Creés que este “silencio de las madres” está siendo cada vez menor en la literatura actual y, en tal caso, cuáles son las representaciones de la maternidad que más circulan hoy?
-Primero, fue un tema relegado como todo lo que pasaba en la vida doméstica de las mujeres, o sea, siempre se relegó la maternidad a un tema de mujeres, no a un tema social como debería ser, y por eso, como tantas cosas del ámbito privado, hasta hace poco no tuvo un rango literario. Los hombres eran escritores y las mujeres escribían. Me parece que ahora sí está empezando a ocupar ciertos lugares; de todas maneras, por lo menos desde mi experiencia como editora, el mercado sigue bastante más copado por libros que si bien rompen con la visión tradicional de la maternidad, siguen estando del lado del ensayo, de la guía de crianza; igual me parece que son aportes valiosísimos. Es importante escuchar todas las voces, porque la maternidad es una experiencia universal y a la vez tan particular, no hay una mujer que haya sido madre que viva las cosas igual que otra, aunque compartan mucho.
Entonces, veo que todavía falta, sobre todo el tema de los tratamientos de fertilidad, que es algo que abordo en mi novela. Yo no lo había leído en ningún libro hasta hace un par de años que leí “Ocho”, una novela de Amy Fusselman, una escritora estadounidense, que de todas maneras lo trabaja en una partecita de la novela, o “In vitro” de la mexicana Isabel Zapata, que lo leí hace un mes cuando llegó a Argentina y no podía creer que tuviera tanto en común con el mío. Entonces, empiezan a aparecer desde la ficción, sobre todo en Latinoamérica y bastante en México, porque también está el libro de Jazmina Barrera sobre el embarazo (“Línea nigra”), Gabriela Wiener con “Nueve lunas”, que ya salió hace unos cuantos años, Guadalupe Nettel que contó en “La hija única” una experiencia de una maternidad complicada, también está el libro de Anna Starobinets, una escritora rusa que hizo una novela sobre la muerte perinatal, que también es un tema bastante silenciado (“Tienes que mirar”). De a poco aparecen estos temas porque me parece que las mujeres estamos por suerte en un momento en que nuestras voces empiezan a ser más tomadas en cuenta.
-Tu novela muestra una mirada descarnada de la maternidad, que incluye tanto lo bello como lo desagradable, lo desesperante, lo doloroso. ¿Por qué decir esto está incluso hoy tan poco aceptado?
-Yo creo porque los mandatos son muy longevos, todas estamos de alguna manera operadas por esos mandatos, por la postal de la madre con su bebé idílica y su camisón de puntillas. Ahora yo diría que en las redes sociales hasta está un poco de moda hablar de este supuesto lado B de la maternidad y me parece que no hay ni lado A ni lado B. Lo que quise transmitir en el libro es esto que ya lo dijo mucho mejor que yo Jane Lazarre en “El nudo materno”, publicado originalmente en 1976, sobre esta total ambivalencia de la maternidad y creo que quizás es difícil de desenredar. Porque ser madre es precisamente un nudo, todas las relaciones son un nudo, porque uno ama y odia y se banca cosas o no de la otra persona, pero de alguna manera siempre nos enseñaron que con los hijos era una relación unidireccional y sin ninguna mácula, todo amor puro y no es así, como no es así en ninguna otra relación humana. Nadie tiene un amor que va de A de B de forma perfecta sin interrupciones, porque también es lo que te devuelve esa criatura, es la complejidad de criar. Yo traté de poner en palabras a través de la narradora y de la ficción esa ambivalencia de la cual hablaba Lazarre en las relaciones con los hijos que todavía están bajo la bota del mandato de la mamá perfecta y los hijos perfectos, que es algo que no existe.
-¿Por qué “Fantasticland”? Es un término ambivalente como lo es la maternidad, ¿no? En el sentido de que maternar puede ser interpretado como un parque de diversiones y de terror.
-El libro tuvo diferentes títulos, no lo tenía claro, pero no me preocupaba mucho porque como trabajo precisamente como editora sé que los títulos en algún momento surgen. O los tenés en un principio claros o van surgiendo a medida que uno avanza en el texto. “Fantasticland” se me ocurrió cuando trabajé sobre un párrafo donde me apareció esa palabra para que ella diga “yo quería vivir en Fantasticland”, hablando de ese lugar utópico donde uno a veces ubica sus experiencias del pasado, cuando quizás en ese pasado no fueron tan perfectas como uno las recuerda y también en esa proyección que uno hace hacia el futuro de cierta perfección que va a llegar algún día. Es un término para hablar de un lugar que se te escapa todo el tiempo en la vida, como si fuese una utopía. Pero también tiene esta resonancia del parque, porque cuando yo escribía acerca de la maternidad me aparecían imágenes sobre estos tipos de parques de diversiones medio abandonados, medio Coney Island. Se me venían imágenes, por ejemplo, del tren fantasma para hablar de los tratamientos de fertilidad, la crianza durante el puerperio como la vuelta al mundo recontra rutinaria, la montaña rusa de emociones que uno tiene con los hijos también.
“Con esos mandatos sociales que siguen operando en nosotras, es un poco inevitable cuando una empieza a transitar los tratamientos de fertilidad el sentirse que una es un fracaso, que una está fallada”.
-Recién mencionaste que actualmente hay muchas más mujeres hablando sobre la maternidad desde una perspectiva menos idealizada. ¿Con la fertilización in vitro sucede lo mismo o sigue siendo un tema tabú o romantizado?
-Sí, creo que sigue siendo un tema tabú en el sentido de que si uno se pone a buscar, existe un montón de información en Instagram, en foros, pero siempre está encarcelado en las conversaciones de las mujeres que están pasando por eso. Es difícil que salga a la luz, porque con esos mandatos que siguen operando en nosotras es un poco inevitable cuando una empieza a transitar los tratamientos de fertilidad el sentirse que una es un fracaso, que una está fallada. Eso no es muy lindo de contar, porque la mayoría de las mujeres y también los hombres, o sea, las parejas que han pasado por tratamientos de fertilidad sienten en algún momento por qué todo el mundo sí y yo no. La protagonista lo dice en un momento: todo el mundo se embaraza cuando estás en un tratamiento de fertilidad. Creo que un poco por eso, yo diría que esa es la mayor causa, y un poco porque va en contra de cierto discurso de la perfección que a veces incluso los medios alientan. Por ejemplo, sale una nota de una actriz que tiene un bebé a los 50 años y en ningún momento se menciona que eso es ovodonación, pero de cajón que es una ovodonación; entonces, contribuye a alimentar fantasías que no son ciertas. A la protagonista también le pasa, pero a mí también me pasó de ya tener 40 y pico de años y que mis amigas me dijeran “pero ya te va a pasar” y yo digo no, no se puede, o sea, una mujer que tiene más de 45 años y queda embarazada naturalmente es un caso en miles y miles, eso no pasa biológicamente, entonces eso todavía está como disfrazado, no está muy visibilizado. Así como se muestra a la mujer perfecta que sale de un parto, cuando en realidad todas salimos destrozadas, también está la mujer de 45 con el bebé que parece que fue un milagro de la naturaleza. Igualmente, en los últimos años sí se empezó a hablar un poco más del cuidado de la fertilidad, pero también con mucho mito alrededor, o sea, está el mito de que si vos congelás óvulos, ahí tenés un reaseguro y eso es una chance. No quiere decir que es seguro que puedas tener hijos con esos óvulos, nadie te asegura eso. Entonces, hay mucho mito que un poco está fogoneado por la gran industria de la fertilidad y otro poco maquillado por los medios de comunicación.
Otro tema del que no se habla, que no es el caso de mi libro pero sí del caso de este libro que te contaba (“Tienes que mirar”), es la muerte perinatal. Le pasa a muchísimas parejas en el mundo tener un embarazo que se interrumpe sin que uno lo desee o un hijo que nace con una complicación y muere enseguida o un hijo que nace muerto. Esa sensación de que tener un hijo es lo más fácil del mundo y ese mandato de “la familia tipo” creo que por suerte se están empezando a deconstruir bastante.
“Sería importante que si quisieran saber de dónde viene ese material genético que ayudó a que esta persona naciera, pudiera saberlo sin tener que hacer una presentación judicial”.
-La protagonista se somete a un tratamiento de fertilización in vitro por ovodonación y esto abre problemas éticos, sobre todo porque quiere saber el origen genético del óvulo donado para que su hija tenga derecho a conocer su identidad. ¿Vos también defendés esta postura del personaje?
-Yo creo que sí, se la pasé a la protagonista pero es mi postura también. Todos tenemos derecho a conocer de dónde venimos y eso es parte de la identidad genética también. Más allá de que cuando uno concibe a un hijo o una hija a través de técnicas de reproducción humana asistida tiene que dejar constancia cuando se hace la inscripción de ese bebé en el Registro Civil, o sea, la ley ampara que ese hijo tenga el derecho de saber cómo fue concebido, sí me parece que es importante que pueda haber registros abiertos. Entiendo que mucha gente quizás no quiera ser contactada, pero no es solo para contactar a la persona, sino para saber de dónde viene. También hay todo un fantasma que creo que está alimentado por las películas de comedia en las que un hombre donó su esperma y después hay 500 supuestos hijos que lo quieren contactar cuando ni siquiera son hijos, o sea, son personas concebidas con una donación de su esperma. Me parece que hay mucho miedo, pero es fundamental que se le pueda garantizar este derecho, porque yo creo que los tratamientos de fertilidad apuntan a las personas que no pueden concebir y dejan en última instancia lo que le puede pasar a esa persona concebida a través de esas técnicas, como si fuese lo último importante y eso es una parte de su psiquis importantísima. Eso es lo que también dicen instituciones que están dedicadas a acompañar estos tratamientos como concebir, por ejemplo, que es una cosa excepcional acá en Argentina y para ellos no solo los padres y las madres le tienen que contar a esos hijos cómo fueron concebidos en algún momento de la vida, o sea, tienen que crecer sabiendo eso, sino que sería importante que si quisieran saber de dónde viene ese material genético que ayudó a que esta persona naciera, pudiera saberlo sin tener que hacer una presentación judicial donde un juez va a decidir si una persona puede o no conocer su origen genético, porque así es como funciona en Argentina. Se supone que se puede, pero esa persona tiene que ser mayor de 18 años y tiene que hacer un pedido judicial para buscar en el registro.
-O sea, ¿sigue existiendo ese vacío legal respecto de si la ovodonación debe o no ser anónima en Argentina?
-Sí, de a poco las cosas se van acomodando, es un vacío legal en el sentido de que no está prohibido, pero tampoco las clínicas lo ofrecen porque, a mi entender, interfiere con su máquina aceitada de un tratamiento de fertilidad. Si cada persona va a traer a su donante, es más trabajo para la clínica básicamente.
-Aparecen escenas en la novela donde se describe el sistema médico de forma casi terrorífica también. Los tratamientos de fertilidad, el parto, las salas de espera, la relación doctor-paciente están atravesadas por diferentes formas de maltrato. ¿Cómo fue narrar esta violencia, habiendo padecido estas situaciones en carne propia?
-En un principio, me parecía un poco inabarcable cómo transmitir esas sensaciones que algunas las viví yo y otras las vivieron personas cercanas a mi entorno, porque me inspiré en amigas que pasaron por eso también. La verdad es que pude hacerlo por tener cierta distancia temporal respecto de lo que me había pasado a mí y también por tener una distancia de lo que le había pasado a las personas en que me inspiré para armar esos momentos. Por otro lado, me ayudó mucho trabajar este libro con Juan Forn en su taller y en conversaciones personales con él, sobre todo me dio herramientas para convertir este personaje en alguien bien de ficción, en que sea alguien que esté casi al borde de la locura, de salir con una escopeta a matar a todos. Después Ana Laura Pérez, que fue mi editora en Random, me ayudó a quitar hojarasca, como cosas que se repetían, porque si yo me pongo a contar todo lo que pasa una pareja por un tratamiento de fertilidad, es un embole, es aburrido y es penoso como lo es en la vida real. Entonces, tenía que tratar de pensar en escenas que pudieran hablar de esa complejidad sin aburrir al lector. Para mí siempre trabajar con un editor es fundamental, sea de ficción o no ficción, porque es como si fuese la partera que te ayuda a que salga mejor todo. Ahora que salió el libro me di cuenta de que el germen de algunos textos de la primera parte los había escrito en un taller con Leila Guerriero hace muchos años. A veces uno está sembrando semillas sin saber qué fruto van a dar ni cuándo se van a dar, después uno se da cuenta de las cosas un poco en retrospectiva o cuando empieza esta fase de hablar sobre el libro y uno crea pensamientos al respecto que no los pensó antes.
-¿Escribir este libro también fue como un parto para vos?
-Sí, fue difícil, puede ser que sea como un parto porque viste que dicen que una después de parir se olvida del dolor, yo ya me olvidé de todo lo que me costó. Sobre todo me costó mucho después de la muerte de Juan (Forn) que no supe cómo seguir, tuve momentos en que me parecía que no le iba a importar a nadie y mucha zozobra porque en mi libro anterior trabajé sobre entrevistas, viajes, documentación, libros y acá era más como un agujero negro, y tenía que partir de mi propia experiencia y de lo que yo me imaginaba, no tenía muchos asideros. Eso creo que me hizo zozobrar un poco en el transcurso de la escritura, pero llegó un punto que sentí que había ido demasiado lejos como para volverme atrás y que lo tenía que terminar.
-En “Chicos de Varsovia” contás la historia de tus antepasados y “Fantasticland” es un texto para la descendencia, porque hasta por momentos la narradora le habla a su hija. ¿La escritura es para vos un espacio donde encontrar, pensar, repensar tu identidad?
-Totalmente, nunca sé qué es lo que estoy buscando, pero sé que estoy buscando algo. La escritura en sí para mí es un lugar para pensar, quizás no para responder preguntas, sino para crear mejores preguntas.